Comentario
Los primeros restos de la plástica de bulto redondo llegados a nosotros proceden del Palacio real C. Consisten en pequeños fragmentos de poco interés artístico, consecuencia -como ha apuntado P. Matthiae- de la particular estructura de la escultura protosiriana y la naturaleza de los materiales empleados. Se han podido rescatar hasta ahora pequeñas cabelleras femeninas (Museo de Aleppo), intactas o fragmentadas, labradas en piedra y que se aplicaron sobre esculturillas de tipo religioso de diversos materiales
Dentro de este tipo de arte tan sólo es de cierto interés un pequeño toro androcéfalo echado (muy divulgado en las publicaciones sobre Ebla), cuyos componentes -lapislázuli, oro, concha, piedra- se encontraron dispersos. No se trata de una pieza autónoma, sino que hubo de formar parte, con toda probabilidad, de algún objeto precioso mayor, quizá de tipo ceremonial.
Relativa importancia tiene también la minúscula figurita de una princesa o sacerdotisa velada y sentada en un asiento hoy perdido; fabricado en esteatita, caliza y jaspe, forma así un verdadero trabajo de taracea. La iconografía de esta pieza corresponde a la de alguna de las estatuas votivas, hechas de caliza, de la Mari del período protohistórico.
Esta labor de taracea se aplicó en Ebla también a la estatuaria de tamaño mediano y aún natural, ejemplo de lo cual es un hermoso turbante (Museo de Aleppo) de una de ellas, recuperado intacto, en caliza, y formado por elementos lanceolados imitando el tejido de la época.
Entre el 2000 y el 1800 a. C., cuando todavía Aleppo y Karkemish no hacían sombra a Ebla, esta última supo alcanzar en la plástica cotas de cierto interés. Como muy bien se ha dicho, las esculturas paleosirianas eblaítas, de concepción originalmente local y de carácter votivo o cultual, hasta ahora halladas, lo han sido en un número insignificante y en lastimoso estado de conservación. Según es sabido, la clave para la identificación de Tell Mardikh con Ebla la proporcionó un busto acéfalo, tallado en basalto (54 cm; Museo de Damasco), aparecido en 1968 fuera de contexto arqueológico, el cual, gracias a su texto -en el que se citaba a Ibbit-Lim, hijo del rey eblaíta Igrish-Hepa-, permitió establecer la identificación. Tal pieza es de gran austeridad formal y de concepción hierática, características de la plástica de comienzos del II milenio a. C., que también pueden verse en otras dos estatuas de gran rigidez compositiva, asimismo acéfalas y realizadas en basalto. Una representa a un rey barbudo, con la copa de ofrendas, y la otra (1,03 m; Museo de Damasco) a un importante personaje sentado y descalzo, con las manos sobre sus rodillas. A estos dos ejemplares pueden sumarse otros dos fragmentos, hallados en el pequeño Templo G3, correspondientes a una misma estatua real, de tosca ejecución y que fue martilleada, al igual que todas las anteriores, en la época de la destrucción de Ebla del 1650-1600 a. C.
La plástica de producción artesanal se centra en unas terracotas, hechas a mano, figurando mujeres, por lo general desnudas, y con el gesto de sostenerse los senos. Son de extrema esquematización, pero de gran expresividad, a lo que contribuye la propia tosquedad de los artistas.
También se modelaron vasos, confeccionados en fayenza, con forma de testas femeninas, de logradísima factura y que podrían ejemplarizarse en una (hoy en el Museo de Aleppo), del 1650 a. C. aparecida en el Sector B de las casas privadas.
De la Ebla de época persa y helenística -que aún subsistía como sombra de su esplendoroso pasado- han llegado algunas terracotas. Una de ellas, soberbia, representa a un caballero con su montura, de sueltas líneas plásticas (Museo de Aleppo).